martes, 18 de diciembre de 2012

El Conciertazo XXXIV

Por alguna extraña razón, hay temas que son insistentemente ignorados en el arte patrio. Y no me estoy refiriendo a problemáticas que ni nos van ni nos vienen, o a asuntos por los que no nos vamos a morir si no escuchamos nada de ellos en nuestra puñetera vida; como pueden ser la ley hipotecaria en las Islas Fidji o el color de las redes de las porterías del estadio del Svilengrad 1921 de la 2ºB búlgara.

Hablo de cosas naturales, inherentes a la vida de cualquier ser humano. Un ejemplo. Cuando José María Iñigo presentaba un programa de televisión en la Primera, allá por los años 70 seguramente, Tony Leblanc le dijo que haría en él un número que jamás se había visto antes en televisión. Y vaya si lo hizo:



Pues eso. Si algo tan típico y poco extraño como comerse una puta manzana resulta ser una completa novedad en el mundo del arte, ya nos podemos imaginar cómo van las cosas. Por fortuna, hay un artista llamado Javier Krahe que se encarga de darle voz a una parte de la sociedad que, como diría el tío ese que vive en la Moncloa, es una mayoria silenciosa; que sigue y seguirá estando presente aunque algunos quieran convertirla en la extinta llama de un candil olvidado.

Apenas 74 segundos le bastan a Krahe para dar voz a ese extenso grupo, construyendo un relato en primera persona en el que el protagonista ahonda en el inmenso poder creativo de la mente humana mientras teje una historia dentro de otra; para así reflexionar sobre la silenciosa mística de la soledad autocomplaciente llevada hasta sus últimas consecuencias:

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